lunes, 21 de junio de 2010

EL PASTOR EN LA BOCA DE LA LOBA

Publicación original: Viernes 5 de febrero de 2010

Ser paseado en la boca de la loba le molaba; después de todo, no era tan desagradable tener que soportar aquellas pequeñas incisiones en su cuerpo, si, a cambio, podía seguir conduciendo aquel rebaño de borregos, tendentes a la mayor unanimidad, a la fusión, a la confusión: al cero absoluto.
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Es un error pensar que el destino de los borregos es balar tras su pastor… o tal vez no lo sea; quizá sea un destino elegido por su acomodo y porque estar a las órdenes de quien está en la boca de una loba y de sus seguridades, tiene sus ventajas, aunque sólo sea aparentemente.
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Molaba, sí, aunque hubiese que soportar aquella imborrable halitosis, tan característica de quienes, además de emplear su boca para alimentarse, la usan para aullar al mundo.
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Nada es real, a menos que creas firmemente. El pastor tenía la más absoluta convicción de que la boca de su protectora le seleccionaría los mejores pastos, no solamente para el sustento de su rebaño, pues él también se había acostumbrado a alimentarse con la rica hierba que éstos producían: Sin Dios no peca ni dios.
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Había adquirido una habilidad, aquel ensartodentado pastor, para que no se descarriara su ganado: tocar la flauta, y así, con el sonido hipnótico de su hipnótica letanía, cada cabeza seguía a su cabeza, como en el cuento.

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